miércoles, 20 de abril de 2011

WELL, YES, BUT SEVEN !

(From the script of The Sound of Music)
Reverend Mother: -There is a family near Salzburg that needs a governess until September.
Maria: -September?
Reverend Mother: -For seven children.
Maria: - Seven children?!
Reverend Mother: Do you like children, Maria?
Maria: Well, yes, but seven!
Gracias al dinero recibido por el decreto de asignación universal por hijo, mis vecinos deben ser poseedores de una vasta riqueza: tienen ocho retoños; el mayor, de 19 años y, la más pequeña, de cuatro. Usan la mayor parte del tiempo la puerta del departamento abierta de par en par, y se sirven del pasillo como si fuera una prolongación de la casa, un quinto ambiente, un patio cubierto, una sala de juegos o algo por el estilo. Como consecuencia de este despiadado acto (para nosotros, que vivimos pegados a ellos), estamos habilitados a escuchar casi constantemente todo lo que ocurre en el interior de ese lugar. Al salir al palier para tomar el ascensor, además, se la puede ver a ella, eterna matrona del regimiento, planchando, pasándole un trapo al piso, cargando cajas (no entiendo de dónde saca tantas, ni para qué demonios las usa...) u ordenando. Con respecto a los horarios de comida que se manejan en la cantina de ese hostal, creo que no hay. El olor a comida es constante y se esparce a lo largo y a lo ancho de nuestro humilde mono ambiente. Nosotros, que cocinamos únicamente cuando tenemos ganas (cuando yo tengo ganas), nos vemos forzados a aspirar los aromas a pollo, pescado, asado, estofado y todos los demás "ados" que uno pueda llegar a imaginar.  Entiendo que, como compensación por los ruidos constantes que nos vemos forzados a padecer (el de la niña pequeña que grita sin parar vaya uno a saber por qué, el de los niños del medio que se pelean por un carrito, el del padre que exige que dejen de pelear, el de la madre que clama para que completen los deberes de la escuela, el de los mayores que vuelve de bailar los domingos a las seis, etc, etc, etc), deberían hacernos llegar, al fin del día, una bandeja con una muestra de lo que se ingirió en la casa a lo largo de esa jornada. Así, por lo menos, el olor a comida presente en el aire de mi hogar coincidiría, de vez en cuando, con el contenido del plato servido en nuestra mesa.
He dicho.

miércoles, 13 de abril de 2011

INODORO CON FONDO DE FUEGO

Esta es la historia de un inodoro que, en lugar de tener un fondo de agua, tenía un fondo de fuego. Así, todo lo que caía desde arriba, en vez de flotar, se quemaba. Una tarde, luego de un banquete real, un hipopótamo de sangre azul se sentó en el trono y, al expulsar materiales de una dimensión que superaba los parámetros conocidos, se originó un incendio tan grande que provocó la quema total de la aldea en la que vivía. Los habitantes de un pueblo vecino, alertados por el olor a incienso que se había desparramado en la sede de la intendencia local (era allí en donde se concentraban los olores originados por los grandes acontecimientos de la región), contactaron inmediatamente a los reporteros gráficos (la televisión todavía no se había inventado), y luego a los bomberos. Al llegar, lo único que encontraron fueron pedazos de carbón de distintos tamaños que irradiaban una luz brillante de color violeta.
Continuará.

martes, 12 de abril de 2011

AHOGARSE EN UN VASO DE AGUA

Hoy a la mañana me ahogué (literalmente me ahogué) en un vaso de agua o, mejor dicho, CON un vaso de agua (o, aún mejor, con el agua que estaba adentro del vaso). Estaba en la oficina, sentada en mi puesto de trabajo con los ojos fijos en la pantalla del ordenador y, de tanto en tanto, me enfilaba un sorbo de agua a la boca, no porque tuviera necesariamente algún tipo de sed que saciar sino más bien para romper con la rutina; así alternaba yo entre el tipeo de teclas y el relojeo de páginas en el monitor. No podría decir muy bien cómo pasó pero, en un momento determinado, mi glotis quedó cerrada. Tenía una especie de cascada de agua bloqueando mi garganta. Me paré, llevé mis manos hacia el cuello (¿por qué será que, en casos así, uno siempre termina repitiendo un movimiento tan inútil?) y empecé a caminar en círculo y a realizar movimientos espasmódicos acompañados de sonidos guturales. Finalmente logré hacer pasar el aire y, entonces, empecé a toser; tosí mucho y después quedé paralizada, de pie, con el torso inclinado hacia abajo y las manos todavía sujetando mi garganta. Para este momento (para el momento en que volví a tomar consciencia de mi entorno), la mayoría de mis colegas estaban parados alrededor mío, formando una especie de semicírculo y formulando todo tipo de preguntas para tratar de averiguar qué era lo que me había ocurrido y, eventualmente, saber si ya me sentía bien. Lo que me había ocurrido era, por demás, algo muy pavo: me había ahogado con un sorbo de agua. Tratando de minimizar el asunto, y de hacer que cada gallina volviera a su gallinero no pude menos que asentir con la cabeza, sonreír, y, sin dar demasiadas explicaciones al caso, volver a mi asiento lo más rápidamente posible sabiendo que, indefectiblemente, había perdido para siempre todo tipo de  dignidad ante mis compañeros de trabajo; digo, si es que todavía me quedaba alguna.

lunes, 11 de abril de 2011

ZAPPING DE LIBROS

De la mamá de Jorge Luis:
"...Un día se le ocurrió llevarse del Zoológico una piedra muy grande, cerca de los osos. Se tiró al suelo y tuve que llevarlo llorando a gritos, a tirones, hasta casa. Lo encerré en el baño, pero sin llave; para él bastaba estar en penitencia. Me cansé de oírlo gritar y le dije: "Si lo has hecho sin querer, salí". Contestó: "Lo he hecho con querer...".

viernes, 8 de abril de 2011

LUZ, HELADERA, ACCIÓN

Mientras cocina (cuando cocina), a Pafuncia le gusta imaginar que se encuentra subida a una tarima ubicada en el set de tevé de un canal gourmet. Entonces le habla a la ventana del noveno piso de su departamento (esa que da al patio interno de la vieja del primero), y hace ademanes como si estuviera dirigiéndose a una cámara (la número uno): "Señora, añada una pizca de sal a la preparación y luego revuelva de esta manera", dice en voz alta mientras remueve -no sin poco esfuerzo- el contenido grumoso que flota adentro de su olla. De tanto en tanto improvisa algún paneo hacia su costado derecho y exagera una sonrisa al cambiar de campo de acción; en esos casos fija la vista en la parte superior de su heladera, sonríe y, tratando de impostar la voz, anticipa: "Ahora, preparamos lápiz y papel para anotar los ingredientes...". Y ahí nomás empieza la enumeración, alternando varias veces la mirada entre los imanes pegados sobre la puerta del freezer y el vidrio de la ventana: "Tomates (deja un espacio de silencio como para crear un poco de suspenso), DOS (los que encontró en la heladera); azúcar (deja otro espacio), tres cucharaditas...". Y así. Algunos días, Pafuncia improvisa una variante y trata de cambiar de programación. En esos casos, se sirve de una espátula de madera o de un escobillón para tratar de cantar. Desde luego, siempre prefiere el micrófono de pie a la versión manual del utensilio.

jueves, 7 de abril de 2011

Dentro de lo mal que está, anda regular...

En reglas generales, en lo que respecta a las personas que comparten mi rutina laboral, prefiero padecer a los que ejercen la arrogancia descarada a aquellos que enarbolan la bandera de la soberbia sutil.

miércoles, 6 de abril de 2011

MAY THEY RESTE IN PEACE

En la sección de usados de su librería fetiche, Pafuncia encuentra un libro de tapas duras con fotos de colores y frases acordes al título anticipado: "Gracias a Dios por mis amigos". En la primera página, una dedicatoria:
"Morón, 20 de julio 1998. Querido Jorgito: Feliz día del amigo. Te quiero mucho..Tu amiga Silvia". Trece años más tarde, Pafuncia es testigo de la traición de Jorgito hacia la persona que le brindó su noble amistad: el muy puerco revendió el libro. A lo mejor se pelearon. O, tal vez (¿por qué no?), a Jorgito no le gustó el regalo y, como andaba corto de plata, lo vendió. Quizás fue la esposa de Jorgito (María Teresa) la que encontró el libro en un viejo baúl y, creyendo leer algo más que una simple amistad entre las líneas de la dedicatoria anteriormente mencionadas, le hizo una escena de celos que culminó con el revoleo violento de los bártulos de su amado. Y allí fue todo, escaleras abajo en ese viejo departamento del barrio de Belgrano. En ese caso, uno que pasaba ese día caminando por ahí (un tal José) habría agarrado lo que encontró tirado en el suelo y, luego de revisarlo minuciosamente y de realizar una exhaustiva selección, habría terminado quedándose con la pipa, el traje sastre, la boina militar y los discos de vinilo, y deshaciéndose del libro sobre la amistad y de los dos ejemplares viejos de El Gráfico del pobre Jorgito. O a lo mejor murió. En ese caso, ni Jorgito ni José habrían sido responsables de la realización de la reventa. Sí, seguro que murió y que, María Teresa, sofocada por la angustia que la pérdida de su amor le provocó , se deshizo de todas las pertenencias de su amado y, acto seguido, se suicidó. Pobre Jorgito. Y pobre María Teresa.
May they reste in peace.